viernes, 8 de agosto de 2008

La bodega









Este verano, como en una despedida eterna o un reencuentro continuo, he bajado a la bodega y he vuelto a oler a vino viejo, a humedad y a baúles con carcoma, “ZZ” y papeles dormidos.

Solo me bastó cerrar los ojos y aspirar lentamente para llenarme de una emoción muy grande y de vivencias inolvidables; luego me puse a rebuscar, emocionada, con Matesa. Abrimos alguno de los baúles empolvados, de los muchos que quedan todavía esperando por mí seguramente, y l
o primero que encontré -¡oh,maravilla!- fué la caja de la linterna mágica, con un montón de placas de cristal con sus dibujos ilustrativos. Me había olvidado totalmente de su existencia. Pero en cuanto la tuve delante me vino de golpe el recuerdo de esas mágicas tardes en las que nos reuníamos alrededor de su foco de luz para disfrutar de las proyecciones...

¡Y encontré postales y más postales!, algunas escritas y firmadas por antepasados conocidos, -¡qué bendición!-, y al mirar cada postal sentía que se me hacía más próximo el cariño de los mayores, su vida, su calor... Y me gustaría ser yo misma mi propio antepasado, para poder aclarar situaciones, parentescos, lazos, sentimientos y contármelo todo, para que no se pierda, ahora que ya no quedan los que me lo podrían contar...


Y encontré partituras de música, y las libretas en las que aprendí a leer y a escribir, y la “Convivencia Social” que tanto me gustaba... y dos paquetes de tizas cuadradas que ya no existen desde hace mucho tiempo y que busqué por Madrid para construir un pueblito blanco, (como había hecho mi hermano Antonio hace muchos años); y encontré las láminas de dibujo, francesas (A. Maurin. Paris, chez Fourmage édit.), que utilizó mi abuela, de joven, y un precioso dibujo suyo a lápiz y carboncillo de unos pies en escorzo, firmado en 1900 cuando solo tenía trece años,...y las “Instrucciones para bordar con la máquina SINGER”, de 1906, y un cestito redondo en el que la abuela guardaba hilos...

Allí siguen los toneles en los que vimos pisar la uva por septiembre, y las botellas de cristal para envasar el vino, y los arcones de madera, apolillados, que contenían trajes de época y vestidos “para las comedias”; y allí sigue, sobre todo, ese olor del que surgen de repente los objetos, los momentos, las situaciones determinadas que se quedan guardaditas en un rincón de no sé donde de uno mismo... pero que no se van nunca.