miércoles, 18 de junio de 2008

La mañana de San Juan









En Galicia hay una tradición muy arraigada que mi abuela nos transmitió cuando éramos niñas. Cada mañana de San Juan (día 24 de junio) ella nos despertaba, alegre como siempre, recordándonos la fecha del día y nosotras nos levantábamos más diligentes de lo habitual porque sabíamos que empezábamos de un modo distinto y algo mágico nuestras abluciones matinales. Mágico o especial nos parecía el hecho de descubrir en el cuarto de baño una hermosa bañera, llena de agua fresca y ricamente perfumada, en la que flotaban pétalos de rosa, hojitas de hierbabuena, hierba luisa, espliego, tomillo, romero y un montón más de plantas aromáticas.

(Supongo que no faltaría el hipérico o hierba de San Juan (
Hypericum perforatum), y mucho menos el fiúncho (hinojo) (Foeniculum vulgare) y la xesta (retama) (Cytisus scoparius), cuyas virtudes curativas dicen que son importantes. Con la retama siguen haciéndose ramos que se colocan a la entrada de las casas y en las puertas de los coches para ahuyentar así a los malos espíritus, dicho sea de paso).

El caso es que ese día nos lavábamos la cara con esa agua que se preparaba de víspera y que había pasado a la intemperie toda la noche, a la luz de la luna... como es la tradición. Era un agua mitad milagrosa, mitad bendita, olorosa y fresca, que nos dejaba la cara perfumada, como quizás les pasara a las princesas de los cuentos, imaginaba yo...

(El fuego, el agua y las hierbas medicinales son los elementos mágicos que conjuran a los espíritus malignos y ayudan a purificar, limpiar y curar los cuerpos y las almas. De ahí las costumbres de saltar hogueras por la noche, darse un baño de nueve olas en La Lanzada para solucionar problemas de fertilidad en las mujeres y lavarse con esa agua en la que las hierbas tienen un papel significativo de curación... ).

A nosotras no nos daban información sobre estas cosas; ¡ni la pedíamos!. Mi abuela consideraría que eran costumbres paganas, supongo, pero, no obstante, esa agua beneficiosa y refrescante nunca nos faltó el día de San Juan e hizo siempre nuestras delicias cuando éramos niñas .

Yo he continuado esta tradición año tras año, desde que mis hijas eran pequeñas, con la intención de revivir y prolongar lo que tanto me hizo disfrutar en mi infancia y así lo sigo haciendo... para que ellas recuerden también, y lo disfruten...

Mi variedad de hierbas aromáticas siempre fue mucho más reducida que la de aquellos tiempos, por carecer de jardín y también (todo hay que decirlo) de previsión, así que en alguna ocasión he tenido que echar mano hasta de las especias de cocina (orégano, tomillo, laurel, agua de azahar...). Pero he plantado en mi balcón menta, melisa, hierbabuena, geranio de olor y he reducido el tamaño de la bañera, por lo que siempre hemos tenido agua de San Juan en las mañanitas del día 24 de junio, para refrescarnos la memoria y la vida.

...Y si, de paso, se ahuyentan las malas ideas, mejor que mejor...

viernes, 6 de junio de 2008

La cajita de caramelos



En los veranos, cuando la abuela era ya mas ancianita y se acostaba también más temprano que los demás, íbamos todos los hermanos a desearle las buenas noches en comitiva. Entrábamos en su dormitorio como quien entra (exagerando un poco) en un santuario. A la abuela le llenaba de alegría nuestra presencia y se notaba que disfrutaba mucho de este rato. Nos quiso siempre muchísimo, y nosotros lo supimos siempre.

“Vamos a ver, tú –señalando a uno de nosotros- abre el armario... Ahora coge esa cajita...”

-“Cuál, abuela, ésta?”
-“Si; acércamela”

Se la acercábamos y ella la abría ceremoniosamente mientras todos esperábamos ilusionados. En la caja había unas veces caramelos, otras, galletitas de barquillo de esas alargadas con capas de vainilla, según... Nos hacía ponernos en fila y nos iba repartiendo una unidad a cada uno, a la vez que le dábamos el beso de las buenas noches.

Como éramos tantos, había quien intentaba “despistarla” y se ponía de nuevo a la cola para recibir doble ración. Pero no se le escapaba el detalle a la abuela...

-“Tú no, que ya has cogido... Anda, bueno, toma otro...”
y entonces los demás armábamos un guirigay:
-“¡A mí también, a mí también!”

Y la abuela, feliz, terminaba el reparto; nos pedía que guardáramos de nuevo la cajita de lata en el armario, y se disponía a dormir en cuanto salíamos de la habitación.

Qué importante era todo, ¡hasta los caramelos..., sobre todo si nos los daba ella!.