domingo, 21 de septiembre de 2008

El Ratón Pérez







-"Abuela, que se me mueve un diente!”-

Si se movía lo suficiente, la abuela enrollaba alrededor un hilito, hacía un nudo y... ¡zas! daba un tirón y el diente se desprendía sin doler y sin sangrar nada. Lo envolvíamos en un algodón con mucho cuidado y esperábamos, ilusionadas, que llegara la hora de acostarnos para ponerlo debajo de la almohada. El ratón no fallaba nunca: me traería caramelos –segurísimo- y se llevaría el diente a cambio, no sé para qué... pero el caso es que nunca se olvidaba de llevárselo.

Esa noche era casi equiparable a la noche de Reyes (creo que no exagero mucho) y yo no podía conciliar el sueño; me parecía oir ruiditos sospechosos, que me imponían mucho respeto... y esperaba con cierto repelús algún indicio de pisadas sigilosas sobre mi cama. ¡Qué nervios!. Al final acababa durmiéndome con esa tensión.

A la mañana siguiente me levantaba de un brinco y empezaba la búsqueda. El paquetito podría estar cerca de la cama, por un rincón de la habitación, debajo de la mesa, en el alféizar de la ventana o en cualquier otro sitio de la casa...

Un año no aparecía por ningún lado. Buscábamos y buscábamos sin éxito y nos parecía imposible que el Ratón se hubiera olvidado de cumplir con su obligación. Al ver nuestra inquietud (éramos mi hermana y yo) y la desilusión tan grande que empezábamos a sentir, la abuela nos animaba:

-“Buscad, seguid buscando, ¡tiene que estar por algún sitio!... Bajad a jugar al jardín y miráis ahí...por si acaso...”-

¡Qué cosas decía la abuela!... ¿Cómo iba a haber estado el Ratón por el jardín...?

¡Pués sí, sí que había estado!. Bajamos, como nos indicó ella, y nada más entrar vimos que, atado con una cuerda, de la rama de un naranjo pendía el ansiado paquete. Y esta vez además de los caramelos y la carta me había traído un sacapuntas de plástico verde en forma de teléfono.

¡Nunca fallaba el Ratón!.

Seguro que es difícil imaginar que ese sacapuntas me hiciera la ilusión tan grande que me hizo y lo que lo disfruté durante mucho tiempo...

Ni que decir tiene que, pasados los años, cuando me tocó hacer de Ratoncito Pérez, dejaba siempre una cartita en verso acompañando al paquete de chucherías
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sábado, 13 de septiembre de 2008

Mis limoneros



¡Ya tengo dos limoneros!. El primero es casi un adulto; tiene ya 40 cms. de altura, unas espinas puntiagudísimas y sus hojas huelen que da gusto. Seguramente ya cumplió los cinco años, pero no me acuerdo muy bien, porque lo planté y me olvidé de él completamente. Tardó como un año en salir y me dio la alegría del siglo. No sé cuando le tocará florecer y ni si me florecerá en la jardinera pero, si lo hace, ese día lo celebraré por todo lo alto.

Este segundo está recién nacido. Planté la pepita a primeros de agosto y el día 27 ya estaba así.


Hoy acabo de hacerle otra foto; ya se le ven dos hojas perfectas y casi casi me imagino su porte de arbolito airoso. Se está estilizando y yo estoy la mar de contenta. Pienso que un día alguno de los dos me dará un limón. ¡Es lo suyo! ¿no? o...¿será mucho pedir?


jueves, 4 de septiembre de 2008

Una tarde de visita




Mi abuelo Pepe era un hombre bondadoso y tranquilo . Uno siempre estaba a gusto con él; contagiaba serenidad. Todo a su alrededor “estaba bien" y no recuerdo haberle visto nunca alterado ni enfadado. No tuve tiempo de tratarle mucho, pero su recuerdo me llena de paz.

Usaba la colonia Álvarez Gómez que, por aquel entonces, tenía un tapón de corcho atravesado por un tubito metálico que terminaba en una pequeña boquilla a modo de dosificador con otro tapón mas pequeñito aún, creo que de plomo. Siempre que se estaba arreglando y merodeábamos por ahí, nos ponía unas gotitas de colonia en la cabeza y a mí me parecía una cosa extraordinaria llevar el mismo perfume que el abuelo y me sentía así más importante y hasta más guapa... (Ahora cualquier niño tiene su frasco de colonia, -uno o varios-, ¡y de los buenos!, pero cuando yo era pequeña no abundaba ese tipo de “lujos” y el hecho de que te regalaran un frasquito de Galatea o Heno de Pravia...
o aquel "Isabel María, de fragancia señorial",de la casa Vera, era algo extraordinario que valorabas mucho. Y racionabas su uso para que durara lo más posible. Al menos éso es lo que hacía yo)...

En fin...
Tengo en la memoria un paseo que nos dimos con el abuelo una tarde tranquila y soleada... Ya llevaba bastón, pero no daba la sensación de necesitarlo sino más bien de usarlo como complemento de su vestimenta... porque él por aquel entonces tenía muy buena planta y no era torpe al andar...

Íbamos, tan felices, por la carretera (esa carretera en la que por aquel entonces apenas circulaban coches) a hacer una visita a un amigo suyo: el P. Villaronga. Eso de “hacer una visita” era una sana costumbre en la sociedad de aquellos tiempos y a mí me sonaba a algo muy importante y ceremonioso que hacían los mayores de vez en cuando, pero realmente no podía imaginarme muy bien en qué consistía... Se tomarían un té con pastas... y charlarían de sus cosas ... El caso es que no sé quien era ese señor, pero me acuerdo exactamente de la casa en dónde vivía, frente al Jardin de los Poch, y sobre todo no olvidé nunca aquel paseo, por no sé qué motivo especial ... Ahora pienso que quizás fuera ése el único en nuestra vida que dimos solas con el abuelito, porque si nó no lo entiendo.

Mientras él hacía la visita a su amigo, nosotras le esperábamos jugando en la huerta. Y allí, sentada al sol en un banco, había una mujer a quien no conocíamos de nada, con su pañoleta en la cabeza y un bebé en los brazos. Sería su abuela, porque era mayor. La mujer se metía el chupete del niño en la boca, lo “salivaba” todo, dándole vueltas, dejando ver su falta de dientes y se lo daba al bebé que rechupeteaba gozoso...

Me sorprendió tanto eso que yo veía como una porquería enorme, (más aún proviniendo de un adulto), que el hecho se me quedó grabado y unido al mismo recuerdo del paseo feliz.