lunes, 31 de marzo de 2008

Se iba el pensamiento mío

Le gustaba la poesía y aprendí de ella, entre otras muchas, ésta por la que tenía un gusto especial y en la que seguramente se identificaría su vida de algún modo.

Hoy es el día de su cumpleaños y la recuerdo con especial cariño.

Se iba el pensamiento mío
por entre los juncos verdes
de la orillita del río.
Se iba el pensamiento mío...
Él iba tras su quimera.
Por cortarle su carrera,
por torcerle su destino,
una flor dijo a su paso
-Tengo pétalos de raso...
Y un pájaro: -Yo sé un trino
más claro que el cristalino
manar de la torrentera...
Y el viento:- Yo sé el divino
cantar de la Primavera...
Pero él siguió su camino,
porque iba tras su quimera.
(José María Pemán)

sábado, 29 de marzo de 2008

El olor de la vida

Hablando con mi amiga Paz, recordábamos las dos el precioso olor al entrar en casa de la abuela ...¡Compartimos perfectamente ese recuerdo!: el zaguán, con su olor a piedra húmeda y musgo que te invadía enterita en cuanto ponías el pié nada más traspasar la puerta. Olía a misterio, a una vida distinta y muy querida... Tras este olor se escondía algo especial, un modo de vida especial, personas especiales... Subiendo las anchas escaleras, también de piedra, humedecidas e impregnadas de esa misma profundidad de la tierra, entrabas en el hall y la cosa cambiaba radicalmente; entonces pasaba a ser un olor a cera, petróleo, esencia de trementina sobre el suelo de tarima antigua, carcomida, todo junto... y el tic-tac del reloj, con su olor a tiempo vivido y disfrutado... Algo que no se puede explicar bien con palabras, porque es, sobre todo, una sensación que abarca también un amor y una vida enteros...

Y al borde del mar se instalaba el olor a brea, mezclado con salitre y algas y graznidos de las gaviotas y el vaivén de las olas ...

¡Estos olores, Dios mío, son el mejor perfume de mi vida!

jueves, 20 de marzo de 2008

Jueves Santo



Cuando yo era pequeña, en Semana Santa había un ambiente triste y solemne. Al menos, yo lo percibía así: un ambiente de dolor, de injusticia, de pena, de algo de “miedo”, y mucho olor a incienso. La Iglesia se llenaba de gente para asistir a los Oficios. Y la abuela nos llevaba de la mano, tempranito, para coger sitio y yo notaba esa solemnidad en su actitud cuando entrábamos en la Iglesia.

“Entro, Señor, en tu santo templo y santa casa, te adoraré y reverenciaré tu santo nombre, amén.”

¡Qué importante resultaba todo!

No tocaban la campanilla en la Consagración; tocaban unas carracas de madera que a mí me gustaba mucho oír. Me parecían instrumentos de “juguete”, nada serios, aunque fuera tan ronco el sonido. (¡ Qué suerte tenían los monaguillos dando vueltas al palito y haciéndolas sonar en el momento oportuno...!)

No se podía cantar, ni poner la radio y se cumplían a rajatabla los ayunos y las abstinencias durante la cuaresma y con mayor rigor el Jueves y Viernes Santos. A los niños no nos afectaban tales obligaciones si no habíamos hecho aún la primera comunión, pero en la casa se paraban todas las demostraciones festivas; no se enchufaban los aparatos de radio y siempre había alguien que, al menor descuido que tuvieras, te recomendaba: “no cantes, que es Viernes Santo”... ¡Y no cantábamos!. Pero la abuelita nos había enseñado una canción sobre la Pasión del Señor, y ¡ésa sí!, ésa canción sí se podía cantar, y la cantábamos a todas horas, tan felices, aunque era tristísima. Aquí la transcribo; la música se repite constantemente en cada estrofa. Mientras la voy escribiendo voy también cantando hoy, que es Jueves Santo.



Celebrar la Pascua ordena
por vez última el Señor
y su alma, de afectos llena,
quiso darnos en la Cena
pruebas de su excelso amor.

Porque en ella instituyera
la Sagrada Eucaristía
para que luego tuviera
víctima que se ofreciera
por el hombre cada día.

Retiróse luego a orar
al huerto de las olivas
y Judas marchó a tratar
de cómo lo ha de entregar
a los ancianos y escribas.

Y vino al huerto el infiel
con gente armada, orgulloso,
y entregó a Jesús a aquel
desenfrenado tropel
con un ósculo engañoso.

Y Jesús fue conducido
preso a la casa de Anás
quien, después de haberle oído,
mandó fuese remitido
a presencia de Caifás.

Herodes le interrogó
más, cuando vio que el paciente
Jesús nada contestó,
a Pilatos le volvió,
vestido como un demente.

Éste manda que, azotado,
le pusieran a un balcón
por ver si el pueblo, irritado,
al verle en tan triste estado
se movía a compasión.

Pero su vista excitaba
más de aquel pueblo el rencor
y, cuando a Jesús miraban,
¡crucificadle! gritaban
cada vez con más furor.

Y no pudiendo encontrar
para Jesús indulgencia,
aunque se quiso excusar,
Pilatos vino a firmar
de su muerte la sentencia.

Al Calvario fue llevado
en donde con excesiva
crueldad Jesús tratado,
en una cruz enclavado
muere porque el hombre viva.

Toda la naturaleza
a su muerte, conmovida,
mostró su grande tristeza
y, dejando su belleza,
quedó de luto vestida.

Los judíos que temieron
pronta su resurrección
en el sepulcro pusieron
centinelas que sirvieron
más para su confusión.
.............

Y aquí ya se acaba. No tengo nada más, aunque supongo que falta alguna estrofa: la de la Resurrección. En cualquier caso, la abuelita no recordaría más cuando, en el año 1961, a petición mía, me la mandó en una carta.

El jardín


Bajar al jardín, cuando la abuela nos daba “rienda suelta”, era como bajar al mundo de la ilusión, de la imaginación, del misterio, del bienestar más deseado, sobre todo si hacía sol y los rayos de luz se filtraban entre las ramas de los naranjos y los camelios, y dibujaban de manchas claroscuras los caminitos entre los macizos.

En el jardín teníamos todo lo necesario para ser felices. Allí aprendimos a montar en bicicleta; allí nos subíamos a los zancos de madera que la abuela había mandado hacer para nosotras y hacíamos apuestas para ver quién duraba más subida a esos palos sin caerse, mientras disfrutábamos del mundo desde la altura… Allí lanzábamos el diábolo hasta las nubes... nos columpiábamos hasta llegar al cielo... y allí también nos desollábamos las rodillas con las primeras caídas obligadas.

Un jardín es un mundo aparte donde los pensamientos mas íntimos se agolpan y se pasean con uno mismo, impregnándose de aromas especiales: tierra húmeda, boj, azahar, magnolias, glicinias... con los gorjeos de los pajaritos como música de fondo. Pasear por un jardín vallado es olvidarte del mundo de fuera y sentirte dueña y señora de ti misma, y, sobre todo, de la naturaleza que te rodea en todo su esplendor...

Y yo guardo en mi alma esa preciosa sensación de paz y de que “todo está bien” cuando paseo por cualquier jardín.

sábado, 8 de marzo de 2008

Carmiña y el cisne

Carmiña fue quien me enseñó a escribir, a leer, a hacer quebrados y luego me preparó para el examen de ingreso.

Me examiné de ingreso de Bachillerato en Santiago de Compostela. No recuerdo el nombre del Instituto, ni falta que me hace, porque yo solo fui allí a examinarme. Vivía con los abuelos en Villajuán y tenía profesora en casa. ¡ No había pisado aún ningún colegio!.

La noche anterior al examen dormí en la casa que mi profesora, Carmiña, tenía allí, en Santiago (“Tras el Pilar”, un callejón pequeñito, justo pegado a la Alameda y a la iglesia del Pilar). Era la primera vez en mi vida que no dormía en casa y se me hizo muy raro. No es que me diera miedo, pero sí me inspiraba un cierto respeto la situación...

Me adjudicaron una habitación grande, con una cama muy grande también (sería de matrimonio, supongo), y allí me quedé esa noche solita (pobre de mi), oyendo ruidos no familiares, crujidos de tarimas desconocidas, percibiendo otros olores distintos a los habituales.... y pensando en una situación desconocida también: la de presentarme por primera vez ante un tribunal al día siguiente...

Y me presenté y aprobé, y el cura de religión no me dijo nada por llevar un traje sin mangas con una chaquetita blanca, llena de agujeritos. ¿Por qué tendría esos agujeritos que transparentaban la manga del vestido?. ¿Quién me hizo notar este “peligro”?... no lo sé, pero lo que más me preocupaba del examen era éso: que el cura se apercibiera de mis mangas cortas.

Por la tarde paseamos por la Alameda; dimos de comer a los patos y Carmiña me regaló algo que me tuvo embelesada durante varios años: ¡un cisne fluorescente!. Jamás lo olvidaré. Lo miraba por la noche y me parecía un milagro que desprendiera luz... ¡era mágico!

miércoles, 5 de marzo de 2008

Fallaste, corazón

La primavera se ha arrepentido. Todavía no es su fecha, claro; tendrá que esperar al 21 de marzo y a mi se me han adelantado los sentimientos... Hoy hace un frio pelón, (lo apuntaba Ricardo) ¡qué le vamos a hacer!.

martes, 4 de marzo de 2008

Primavera

Estaba presintiendo que llegaba. Porque, cuando se acerca la primavera, se me va ensanchando el corazón...Y ya está aquí; me avisaron los narcisos, que aparecieron primero, con su intenso perfume y su elegancia; la hortensia se llenó de yemas rechonchas; el jabonero de china asomaba sus brotes rojizos, que ahora ya se están convirtiendo en hojitas airosas dispuestas a volar, y los muscaris, que son también madrugadores, me han llenado de azul la jardinera. Ah, y me ha abierto su flor un tulipán.

domingo, 2 de marzo de 2008

Los abuelos

Mis abuelos son una referencia muy importante en mi vida (y yo creo que en la de casi todo el mundo); sobre todo mi abuela, a quien traté mucho más porque vivió hasta 1975, año en que yo me casé. Era divertida, simpática y cariñosa. Como la mayoría de las jóvenes de su tiempo (las jóvenes “de buena familia”, como se decía), había aprendido a dibujar muy bien, pintaba al óleo, bordaba de maravilla, y tocaba el piano. ¡Qué recuerdos, aquellas sesiones en el salón, cuando estábamos en familia!. La abuela al piano y todos cantando alguna muiñeira o aquellas “guajiras” que ella nos enseñó y que siempre acabamos recordando en los veranos, todavía hoy.

“Se ponen al fuego dos
adarmes de "indiferencia"
catorce gotas de esencia
de "agur y vaya con Dios".
Se añade una libra en pos
de "no me importa" molido
y todo muy bien cocido
en "aceite de alegría"
se toma una vez al día
en la taza del olvido".

“Cuando más tranquila estaba
sin pensar en el cariño
hiciste que te quisiera
y te quise con delirio.
Y te querré mientras viva,
y hasta después de la muerte.
No te creas que es mentira,
que después también se quiere.
Yo te quise con el alma
y el alma nunca se muere”.

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“Hoy es sábado y no quiero
dormir en la serranía
porque rondan los gañanes,
y yo me muero de envidia”

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“La espigadora con su esportilla,
hace la sombra de la cuadrilla...”

"Soy el rata primero
y yo el segundo
y yo el tercero..."


Sabía muchas canciones y coplillas y versos que escenificaban en el colegio, según nos decía... (Ya tendré ocasión de escribirlos para que no se pierdan).

Pasados los años, supe que la mayoría de estas canciones provienen de zarzuelas... Se ve que le gustaban...


Cuando la abuela se arreglaba, como para salir de visita, y le preguntábamos “¿a donde vas?”, siempre nos contestaba lo mismo: “A contar los frailes, que falta uno”. Y ya no peguntábamos más, aunque no entendíamos bien y, a veces, nos fastidiaba porque sabíamos que iba a otro sitio cualquiera y no nos lo decía, “por curiosas”...

Le horrorizaban las tormentas. Se ponía nerviosísima; con el rosario en la mano, recorría la casa rezando a SantaBárbarabenditaqueenelcieloestásescritaconpapel yaguabendita Santa Bárbara doncella líbranos de una centella o de un rayo mal parado, por Jesús sacramentado en el ara de la cruz, pater nostre amén jesús”... y, de vez en cuando, daba un respingo enorme cuando sonaba un trueno. Mi abuelo, en cambio, para quitar dramatismo al momento, nos cogía de la mano y nos llevaba a la ventana del salón. “Mirad, niñas, qué maravilla, mirad esos relámpagos que cruzan el cielo...¡qué hermosura!”

¡Y siempre me han gustado las tormentas!. ¡Ah, pero desde una ventana, claro!.

Estos eran mis abuelos maternos, a los que conocí y quise mucho. Vaya para ellos mi primer recuerdo en este blog...