martes, 24 de marzo de 2015

Los bisabuelos










Yo he tenido la gran suerte de poder conocer a mis bisabuelos, que ya no vivían cuando yo nací, a través del cariño que les tuvieron otros.

Esto me sucedió con mis bisabuelos maternos. No habría sabido nada de ellos si mi abuelita, mi  madre y mis tías no nos hubieran hablado de los dos con el cariño y la admiración con que lo hicieron siempre. Y así aprendí a quererlos: a través del amor que les tuvieron ellas. Y es así como todo lo relacionado con la bisabuela Soledad y el bisabuelo Tiburcio (¡vaya nombrecito, ya sé!) me resultó siempre tan cercano, tanto que a veces pienso que les he conocido de verdad.

Y veo lo importante que es transmitir estos sentimientos a los hijos y prolongar así la vida de nuestros antepasados en nosotros mismos, a través de nuestras conversaciones, de nuestros recuerdos.

Por eso, siempre que tengo entre mis manos una camisa, unas gafas, unos pañuelos, una enagua, un abanico, pertenecientes a los bisabuelos, nunca los he considerado cosas viejas (o antiguas) de más o menos valor material, aunque lo tuvieran. Para mí son mucho más: son pura historia, son su vida,  su presencia.

Ellos, los bisabuelos, son parte de nosotros, viven en nosotros… así lo siento yo.

sábado, 21 de febrero de 2015

Las "abuelillas": el reloj de mi infancia





 Hace unos días me mandaron una presentación con fotos de objetos, revistas y juguetes de los años de mi prehistoria… Se ve que estos recuerdos conmueven a más de uno…
  
Bueno; no había vuelto a acordarme de estos relojes y cuando vi la foto creí que me daba un patatús, (exagerando). Y es que, de repente, reviví la emoción tan grande que me produjo, después de elegir mi color preferido, tener un reloj así al que además se le podía “dar cuerda”. Las dos agujas se movían a la vez y no había quien lo pusiera en hora… pero eso daba lo mismo, ¡se movían!. Seguramente yo no sabía leer las horas todavía. Me remangaba la manga de la chaqueta para que se viera bien y me sentía transformada en persona mayor por el mero hecho de tener ese flamante reloj en mi muñeca izquierda. Se compraban en las piperas o “abuelillas” (así llamábamos a las viejecitas que se ponían con un cesto o un pequeño cajón, a modo de mesita, a las puertas de El Retiro, a la entrada de cualquier parque o en la esquina de una calle concurrida). Los relojes estaban enlazados en hojas de cartón, como se ve en la foto y uno se pasaba media hora eligiendo el color de la correa, que era cordón de goma elástica, para que fuera el más bonito de todos.

Las “abuelillas” vendían chicles, pipas, caramelos, regaliz, bolitas de anís, que eran mis preferidas, pitillos rellenos de hierba seca de anís que alguna vez compramos -y ¡hasta encendimos!- y mil chucherías más, aparte de tabaco. Me acuerdo especialmente del regaliz de cordón porque me gustaba mucho. Estaba enrollado como los cordones de los zapatos, en forma de madeja, con una fajita de papel en el centro. Era muy rico, un poco anisado también. Las pipas te las daban con la medida de un barrilito de dados (creo que era a 10 céntimos de peseta el barril). Poco a poco, las vendedoras fueron rellenando el fondo del cubilete con papel y entonces entraban menos pipas por el mismo precio, pero no nos atrevíamos a decirles nada, aunque nos sintiéramos perjudicadas… ¡Qué timo!

Cada uno se las arregla como puede en eso de economizar…

domingo, 18 de enero de 2015

La Procesión

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Vuelvo a la calle de la Bouza, que ha sido para mí un verdadero escenario al cual me asomé tantas veces en mi infancia desde las ventanas de la habitación de la abuelita. Ya lo he comentado en otra ocasión Aun ahora me produce un bienestar enorme apoyarme en un alféizar y dejarme llevar un poco por la vida vivida y los recuerdos. Hoy se ve menos gente; casi no hay movimiento, pero yo sigo disfrutando, enmarañada un poco en mis recuerdos y en ese cariño que me rodeó siempre  de niña.

Todas las procesiones bajan por esta calle desde la Iglesia. Siempre ha sido así.Y las ventanas y balcones de las casas del pueblo se adornaban con la bandera de España. En casa también se cubrían por completo las rejas de la solana de lado a lado. Todo esto me parecía muy importante y se creaba un ambiente festivo que me emocionaba mucho.

Como era habitual, las ventanas de la habitación de la abuela eran nuestro palco particular. Desde allí veíamos cómo iba acercándose la procesión; -”¡mirad, mirad, por allá viene…!”- ¡Qué emoción!. A lo lejos se divisaban los primeros monaguillos con los velones; luego los que llevaban el estandarte y todos bajaban despacito, marcando el paso mientras la banda municipal interpretaba algo solemne. Al final aparecían sobre las andas la Virgen del Carmen, o San Roque o a veces también el párroco bajo palio con la Custodia… Y gaiteros, además gaiteros cuando lo requería la ocasión.

La gente se ordenaba en doble fila, una a cada lado de la calle. Iban cantando a la Virgen, o invocando el perdón del Señor, o exalzando su amor en el Sagrario, dependiendo de  la celebración, como es natural.


El pueblo entero participaba. Las mujeres se ponían muy elegantes. Algunas llevaban cirios muy largos, reforzados con una tablilla de madera y la mayoría de los hombres iba siempre detrás del todo: los últimos de la procesión. (Los hombres siempre separados de las mujeres, lo mismo que en la iglesia: las mujeres en los bancos de la derecha y los hombres en los de la izquierda. Cuando yo era niña siempre era así).

La procesión avanzaba lentamente. La banda de música, su solemnidad, se apoderaban de mí y hacían que me sintiera realmente conmovida en la mayoría de las ocasiones.  Algunas personas, al pasar por delante de la fachada de nuestra casa, miraban hacia las ventanas en donde estábamos nosotras y saludaban a la abuela con un gesto amable…

Y la abuelita les respondía esbozando una sonrisa y nos acercaba hacia sí abrazándonos, mientras musitaba un Avemaría o un Padrenuestro.






Retomando el tiempo




Vuelvo para empezar. Es bueno poder volver a empezar! Y no es que esté en mi mejor momento, pero mi vida está tan llena de recuerdos hermosos con los que he ido tramando mi existencia que continúo hilando cabos, siempre deslavazadamente, sin orden cronológico, y lo que salga salió…

A veces me encuentro un poco ridícula, todo sea dicho y además, después de tanto tiempo, se me olvida cómo se hacen las cosas, y tardo lo indecible hasta que consigo hacer un borrador, guardarlo y luego… conseguir editarlo cuando lo encuentre más o menos correcto. Ah. ¿y cómo se subían las fotos…?... ¡Allá voy!. No pasa nada.