sábado, 2 de enero de 2010

Placeres


Por aquel entonces (hacia 1952) la parte baja de la casa, que ahora es la vivienda que ocupamos en el verano, estaba dedicada a gallinero. En ocasiones había sido también lavadero, con un enorme pilón de piedra que, recuerdo perfectamente, ocupaba el espacio en el que ahora está la cama grande. Pero no había ventana. Era un lugar muy amplio, bastante oscuro, misterioso. La ventana la hizo abrir mi madre cuando convirtió toda esa zona en vivienda, muchos años después.


La encargada del gallinero era mi tia Encarna. Ella se ocupaba de los piensos de las gallinas, daba de comer a los pollitos y con ella bajábamos a recoger los huevos muchas tardes, cosa que nos hacía una gran ilusión.

- "¡Aquí hay uno,aquí otro...!

Estos hallazgos eran muy emocionantes: ¡los huevos blancos, sobre la paja, relucían como si de perlas se tratara!.
Placeres era una mujer joven, oronda y lustrosa, con unas redondeces enormes, una cara muy tersa y una sonrisa abierta y apacible; parecía derrochar salud por todos los poros de su cuerpo. Venía por casa de vez en cuando -no puedo precisar con qué frecuencia- y traía una gran cesta de mimbre (de esas tan bonitas que tienen tapas a cada lado) y se la llevaba llena de esos huevos blancos, hermosos, que la tia Encarna le vendía.