No recuerdo con qué frecuencia
venía la lechera a casa. Pero la ví alguna que otra vez, con sus botas cortas,
calcetines gordos, un delantal grande a modo de falda envolvente sobre un vestido oscuro algo viejo y un pañuelo en la cabeza, atado por detrás. Traía
una gran cántara que apoyaba sobre la mesa de pino de la cocina y un “cuartillo” para medir.
-¿Cuánta quiere hoy? le preguntaba a mi abuelita.
-
Déjeme cinco
cuartillos... ¿No le echará agua, verdad? ¡Es que últimamente hace muy poca
nata!
- Ay, no
señora, ¡qué cosas tiene!
.......
Seguro que alguna vez le echaría algo de agua para aumentar un
poco más la ganancia pero de todos modos esa leche hervida sí que hacía nata. Muchas
veces la abuelita hacía requesón y mantequilla y si llegábamos a tiempo, cuando
estaba metida en danza, nos ponía una tostadita de pan con un montón de nata y
azúcar por encima.
¡Eso era un manjar!.