Yo he tenido la gran suerte de poder conocer a mis
bisabuelos, que ya no vivían cuando yo nací, a través del cariño que les tuvieron
otros.
Esto me sucedió con mis bisabuelos maternos. No habría
sabido nada de ellos si mi abuelita, mi madre
y mis tías no nos hubieran hablado de los dos con el cariño y la admiración con
que lo hicieron siempre. Y así aprendí a quererlos: a través del amor que les tuvieron
ellas. Y es así como todo lo relacionado con la bisabuela Soledad y el bisabuelo
Tiburcio (¡vaya nombrecito, ya sé!) me resultó siempre tan cercano, tanto que a
veces pienso que les he conocido de verdad.
Y veo lo importante que es transmitir estos
sentimientos a los hijos y prolongar así la vida de nuestros antepasados en
nosotros mismos, a través de nuestras conversaciones, de nuestros recuerdos.
Por eso, siempre que tengo entre mis manos una
camisa, unas gafas, unos pañuelos, una enagua, un abanico, pertenecientes a los
bisabuelos, nunca los he considerado cosas viejas (o antiguas) de más o menos
valor material, aunque lo tuvieran. Para mí son mucho más: son pura historia, son
su vida, su presencia.
Ellos, los bisabuelos, son parte de nosotros, viven
en nosotros… así lo siento yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario