jueves, 20 de marzo de 2008

Jueves Santo



Cuando yo era pequeña, en Semana Santa había un ambiente triste y solemne. Al menos, yo lo percibía así: un ambiente de dolor, de injusticia, de pena, de algo de “miedo”, y mucho olor a incienso. La Iglesia se llenaba de gente para asistir a los Oficios. Y la abuela nos llevaba de la mano, tempranito, para coger sitio y yo notaba esa solemnidad en su actitud cuando entrábamos en la Iglesia.

“Entro, Señor, en tu santo templo y santa casa, te adoraré y reverenciaré tu santo nombre, amén.”

¡Qué importante resultaba todo!

No tocaban la campanilla en la Consagración; tocaban unas carracas de madera que a mí me gustaba mucho oír. Me parecían instrumentos de “juguete”, nada serios, aunque fuera tan ronco el sonido. (¡ Qué suerte tenían los monaguillos dando vueltas al palito y haciéndolas sonar en el momento oportuno...!)

No se podía cantar, ni poner la radio y se cumplían a rajatabla los ayunos y las abstinencias durante la cuaresma y con mayor rigor el Jueves y Viernes Santos. A los niños no nos afectaban tales obligaciones si no habíamos hecho aún la primera comunión, pero en la casa se paraban todas las demostraciones festivas; no se enchufaban los aparatos de radio y siempre había alguien que, al menor descuido que tuvieras, te recomendaba: “no cantes, que es Viernes Santo”... ¡Y no cantábamos!. Pero la abuelita nos había enseñado una canción sobre la Pasión del Señor, y ¡ésa sí!, ésa canción sí se podía cantar, y la cantábamos a todas horas, tan felices, aunque era tristísima. Aquí la transcribo; la música se repite constantemente en cada estrofa. Mientras la voy escribiendo voy también cantando hoy, que es Jueves Santo.



Celebrar la Pascua ordena
por vez última el Señor
y su alma, de afectos llena,
quiso darnos en la Cena
pruebas de su excelso amor.

Porque en ella instituyera
la Sagrada Eucaristía
para que luego tuviera
víctima que se ofreciera
por el hombre cada día.

Retiróse luego a orar
al huerto de las olivas
y Judas marchó a tratar
de cómo lo ha de entregar
a los ancianos y escribas.

Y vino al huerto el infiel
con gente armada, orgulloso,
y entregó a Jesús a aquel
desenfrenado tropel
con un ósculo engañoso.

Y Jesús fue conducido
preso a la casa de Anás
quien, después de haberle oído,
mandó fuese remitido
a presencia de Caifás.

Herodes le interrogó
más, cuando vio que el paciente
Jesús nada contestó,
a Pilatos le volvió,
vestido como un demente.

Éste manda que, azotado,
le pusieran a un balcón
por ver si el pueblo, irritado,
al verle en tan triste estado
se movía a compasión.

Pero su vista excitaba
más de aquel pueblo el rencor
y, cuando a Jesús miraban,
¡crucificadle! gritaban
cada vez con más furor.

Y no pudiendo encontrar
para Jesús indulgencia,
aunque se quiso excusar,
Pilatos vino a firmar
de su muerte la sentencia.

Al Calvario fue llevado
en donde con excesiva
crueldad Jesús tratado,
en una cruz enclavado
muere porque el hombre viva.

Toda la naturaleza
a su muerte, conmovida,
mostró su grande tristeza
y, dejando su belleza,
quedó de luto vestida.

Los judíos que temieron
pronta su resurrección
en el sepulcro pusieron
centinelas que sirvieron
más para su confusión.
.............

Y aquí ya se acaba. No tengo nada más, aunque supongo que falta alguna estrofa: la de la Resurrección. En cualquier caso, la abuelita no recordaría más cuando, en el año 1961, a petición mía, me la mandó en una carta.

3 comentarios:

Cigarra dijo...

¡Qué maravilla de verso! Me gustaría conocer la música. Es cierto que no se podía cantar ni poner música que no fuera muy seria y muy clásica. Y si se sorprendía una misma cantando por distracción, parecía una falta muy grande. ¡Que tiempos!
Bueno, ya he comprendido lo de la "delsa" ¡Qué brutica soy, Dios mío!

María la Delsa dijo...

Cigarra,¡¡¡Te dedico la música!!!

Cigarra dijo...

¡¡Me encanta!! Es una preciosidad y me siento agradecidísima por la dedicatoria. Mil gracias