jueves, 20 de marzo de 2008

El jardín


Bajar al jardín, cuando la abuela nos daba “rienda suelta”, era como bajar al mundo de la ilusión, de la imaginación, del misterio, del bienestar más deseado, sobre todo si hacía sol y los rayos de luz se filtraban entre las ramas de los naranjos y los camelios, y dibujaban de manchas claroscuras los caminitos entre los macizos.

En el jardín teníamos todo lo necesario para ser felices. Allí aprendimos a montar en bicicleta; allí nos subíamos a los zancos de madera que la abuela había mandado hacer para nosotras y hacíamos apuestas para ver quién duraba más subida a esos palos sin caerse, mientras disfrutábamos del mundo desde la altura… Allí lanzábamos el diábolo hasta las nubes... nos columpiábamos hasta llegar al cielo... y allí también nos desollábamos las rodillas con las primeras caídas obligadas.

Un jardín es un mundo aparte donde los pensamientos mas íntimos se agolpan y se pasean con uno mismo, impregnándose de aromas especiales: tierra húmeda, boj, azahar, magnolias, glicinias... con los gorjeos de los pajaritos como música de fondo. Pasear por un jardín vallado es olvidarte del mundo de fuera y sentirte dueña y señora de ti misma, y, sobre todo, de la naturaleza que te rodea en todo su esplendor...

Y yo guardo en mi alma esa preciosa sensación de paz y de que “todo está bien” cuando paseo por cualquier jardín.

2 comentarios:

Cigarra dijo...

Dice Saint-Exupery: "La infancia, ese gran territorio del que cada uno de nosotros ha salido... Perteneces a tu infancia como a un país" Te felicito por pertenecer a un país tan rico y sugerente

María la Delsa dijo...

Pués es verdad. Tengo toda mi infancia a flor de piel, y por un lado es mi tesoro, efectivamente. Por otro, a veces me da miedo tener el corazón tan aferrado a tantas cosas pasadas... Puede que ésto no me deje ver las estrellas... ¡vaya Vd. a saber!