jueves, 4 de septiembre de 2008

Una tarde de visita




Mi abuelo Pepe era un hombre bondadoso y tranquilo . Uno siempre estaba a gusto con él; contagiaba serenidad. Todo a su alrededor “estaba bien" y no recuerdo haberle visto nunca alterado ni enfadado. No tuve tiempo de tratarle mucho, pero su recuerdo me llena de paz.

Usaba la colonia Álvarez Gómez que, por aquel entonces, tenía un tapón de corcho atravesado por un tubito metálico que terminaba en una pequeña boquilla a modo de dosificador con otro tapón mas pequeñito aún, creo que de plomo. Siempre que se estaba arreglando y merodeábamos por ahí, nos ponía unas gotitas de colonia en la cabeza y a mí me parecía una cosa extraordinaria llevar el mismo perfume que el abuelo y me sentía así más importante y hasta más guapa... (Ahora cualquier niño tiene su frasco de colonia, -uno o varios-, ¡y de los buenos!, pero cuando yo era pequeña no abundaba ese tipo de “lujos” y el hecho de que te regalaran un frasquito de Galatea o Heno de Pravia...
o aquel "Isabel María, de fragancia señorial",de la casa Vera, era algo extraordinario que valorabas mucho. Y racionabas su uso para que durara lo más posible. Al menos éso es lo que hacía yo)...

En fin...
Tengo en la memoria un paseo que nos dimos con el abuelo una tarde tranquila y soleada... Ya llevaba bastón, pero no daba la sensación de necesitarlo sino más bien de usarlo como complemento de su vestimenta... porque él por aquel entonces tenía muy buena planta y no era torpe al andar...

Íbamos, tan felices, por la carretera (esa carretera en la que por aquel entonces apenas circulaban coches) a hacer una visita a un amigo suyo: el P. Villaronga. Eso de “hacer una visita” era una sana costumbre en la sociedad de aquellos tiempos y a mí me sonaba a algo muy importante y ceremonioso que hacían los mayores de vez en cuando, pero realmente no podía imaginarme muy bien en qué consistía... Se tomarían un té con pastas... y charlarían de sus cosas ... El caso es que no sé quien era ese señor, pero me acuerdo exactamente de la casa en dónde vivía, frente al Jardin de los Poch, y sobre todo no olvidé nunca aquel paseo, por no sé qué motivo especial ... Ahora pienso que quizás fuera ése el único en nuestra vida que dimos solas con el abuelito, porque si nó no lo entiendo.

Mientras él hacía la visita a su amigo, nosotras le esperábamos jugando en la huerta. Y allí, sentada al sol en un banco, había una mujer a quien no conocíamos de nada, con su pañoleta en la cabeza y un bebé en los brazos. Sería su abuela, porque era mayor. La mujer se metía el chupete del niño en la boca, lo “salivaba” todo, dándole vueltas, dejando ver su falta de dientes y se lo daba al bebé que rechupeteaba gozoso...

Me sorprendió tanto eso que yo veía como una porquería enorme, (más aún proviniendo de un adulto), que el hecho se me quedó grabado y unido al mismo recuerdo del paseo feliz.


5 comentarios:

Cigarra dijo...

Un poco de guarrería si era lo del chupete, pero nos consolaremos pensando que de esa manera también le pasaba los anticuerpos contra la gripe, o algo así. Claro que los que no criaban sus propios anticuerpos morían como chinches...
Yo recuerdo a una niña que cuando la estaban peinando decía: "Quiero mucha colonia ¡Charcos en la cabeza!" Resulta que había heredado la afición de su bisabuelo, mira por dónde.

La Uge dijo...

Cuando yo nací, mi abuela materna decía de mi madre que "hervía las moscas", supongo que para que yo disfrutara de mucha higiene. No me imagino a mi madre hirviendo moscas, ¿quién las cazaba? El experto es mi sobrino, que por aquel entonces no tenía ni padre ni madre, sólo tía Uge.
Qué suerte tienes por recordar tantas cosas y tan estupendas.
Y lo de salivar los chupes, si sólo fuera eso...

María la Delsa dijo...

Sí, Cigarra, ésa de los charcos era Irene, ¡qué risa!...lo que pasa es que luego, además, quería ponerse un pañuelo en la cabeza, muy apretado, y cuando íbamos a la calle no se lo quería quitar, de modo que siempre había alguien que, al verla de esa guisa, me preguntaba ¿le pasaba algo a la niña? ¡!

María la Delsa dijo...

Tienes razón, La Uge: ¡Si solo fuera rechupetear chupetes...!.

Sé que había quienes los mojaban en aguardiente y se los daban a los bebés, para que se durmieran. De éstos otros casos nunca fui testigo. Tampoco testiga, que conste.
Besos.

María la Delsa dijo...

Ah, Uge, lo de "hervir las moscas" es genial.

Yo tengo un hermano que había fabricado una guillotina con una cuchilla de afeitar y un contrapeso, sobre un soporte de corcho, y ponía a las moscas pataleando, dejaba caer la cuchilla y les arrancaba la cabeza de cuajo.
¡Todo un invento!.