Vuelvo a la calle de la Bouza, que ha sido para mí
un verdadero escenario al cual me asomé tantas veces en mi infancia desde las
ventanas de la habitación de la abuelita. Ya lo he comentado en otra ocasión
Aun ahora me produce un bienestar enorme apoyarme en un alféizar y dejarme
llevar un poco por la vida vivida y los recuerdos. Hoy se ve menos gente; casi
no hay movimiento, pero yo sigo disfrutando, enmarañada un poco en mis
recuerdos y en ese cariño que me rodeó siempre
de niña.
Todas las procesiones bajan por esta calle desde la
Iglesia. Siempre ha sido así.Y las ventanas y balcones de las casas del pueblo
se adornaban con la bandera de España. En casa también se cubrían por completo
las rejas de la solana de lado a lado. Todo esto me parecía muy importante y se
creaba un ambiente festivo que me emocionaba mucho.
Como era habitual, las ventanas de la habitación de
la abuela eran nuestro palco particular. Desde allí veíamos cómo iba
acercándose la procesión; -”¡mirad,
mirad, por allá viene…!”- ¡Qué emoción!. A lo lejos se divisaban los primeros monaguillos
con los velones; luego los que llevaban el estandarte y todos bajaban
despacito, marcando el paso mientras la banda municipal interpretaba algo
solemne. Al final aparecían sobre las andas la Virgen del Carmen, o San Roque o
a veces también el párroco bajo palio con la Custodia… Y gaiteros, además
gaiteros cuando lo requería la ocasión.
La gente se ordenaba en doble fila, una a cada lado
de la calle. Iban cantando a la Virgen, o invocando el perdón del Señor, o
exalzando su amor en el Sagrario, dependiendo de la celebración, como es natural.
El pueblo entero participaba. Las mujeres se ponían
muy elegantes. Algunas llevaban cirios muy largos, reforzados con una tablilla
de madera y la mayoría de los hombres iba siempre detrás del todo: los últimos
de la procesión. (Los hombres siempre separados de las mujeres, lo mismo que en
la iglesia: las mujeres en los bancos de la derecha y los hombres en los de la
izquierda. Cuando yo era niña siempre era así).
La procesión avanzaba lentamente. La banda de música, su solemnidad, se apoderaban de mí y hacían que me sintiera realmente conmovida en
la mayoría de las ocasiones. Algunas
personas, al pasar por delante de la fachada de nuestra casa, miraban hacia las
ventanas en donde estábamos nosotras y saludaban a la abuela con un gesto
amable…
Y la abuelita les respondía esbozando una sonrisa y
nos acercaba hacia sí abrazándonos, mientras musitaba un Avemaría o un
Padrenuestro.