jueves, 6 de noviembre de 2008

“Ondiñas veñen...”

Dicen que no lo repita tanto, pero la verdad es que yo he sido un poco tonta, vamos, que de tan inocente e ingenua he pecado siempre de medio boba... Siempre he estado en la inopia, siempre me he enterado la última de las cosas “importantes” de la vida, siempre me he dado de bruces bruscamente con la “realidad cruel” y, claro, siempre he sufrido decepciones que se podrían haber evitado... Vamos, que no fui ni mucho menos una niña espabilada en lo que a la vida se refiere... Fui una niña sensible, delicada, dócil, observadora de sentimientos ajenos, pero poco práctica y con pocos recursos de supervivencia a la hora de manejar los propios sentimientos. Todo ésto, unido al cuidado que nos prodigaban los mayores, a esa envoltura entre algodones en la que nos tenían para preservarnos de la contaminación exterior, me hizo muy vulnerable a cualquier contratiempo...

Pisé un colegio por primera vez a los diez años, cuando todas mis compañeras llevaban al menos cinco o seis de convivencia con las monjas y conocían sus manías y la calidad humana (y la falta de caridad divina) de muchas de ellas y, lo que es más importante, habían desarrollado ya sus mecanismos de defensa y tenían un aprendizaje adquirido para librarse o salir airosas de cualquier rapapolvo, merecido o nó...

Yo era la nueva. Tenía diez años, pero como si tuviera siete... No sabía de artimañas y en esto del comportamiento en los colegios estaba ”pez”. Me pusieron en la última fila de la clase, al lado de Carmen Martín, que era una niña muy sabidilla que al notar mi acento "raro" me preguntó de dónde era y me pidió que le cantara una canción en gallego, por supuesto. ¿Qué hice? ¡Pués ni corta ni perezosa me puse a cantarle “ondiñas veñen, ondiñas veñen e van....”! y, aunque yo creía que lo hacía bajito, lo debí de hacer lo suficientemente alto como para que la monja de turno oyera mis "trinos" y preguntara, indignada:

-“¿¿Quién está cantando??”-

Me puse de pié inmediatamente y dije que era yo.

-“¡Hay que ver, la nueva, qué mosquita muerta...!” –dijo la monja con mucha retranca...

¡Qué apuro pasé! Me sentí fatal; y no me gustó nada lo de “muerta”, que me sonaba tan duro... Lo de “mosquita” podría ser un apelativo cariñoso... no sé. El caso es que la frase me dejó desconcertada. No la había oído nunca y no sabía lo que quería decir exactamente, pero el tono me pareció desagradable y un poco humillante, eso sí, y sentí vergüenza al ver tantas cabezas vueltas hacia mí.

Nunca se me ha ocurrido llamar “mosquita muerta” a nadie en mi vida, ni lo haré.

... Y lo de cantar en clase, tampoco volví a hacerlo.

4 comentarios:

La Uge dijo...

Oye, mosquita muerta, ahora que ya se te han pasado las vergüenzas, ¿cantarías? Anda, porfi...

Cigarra dijo...

Si es lo que yo siempre he pensado: "esta, con ese aire de no haber roto un plato en su vida, ¡menuda mosquita muerta!"
Eso si, lo de cantar me consta que lo haces muy bien. Incluso en otras lenguas que no sean el gallego.
Bromas aparte, qué bien que vuelvas a tus quehaceres de escribiente, que nos has tenido abandonados todo el mes de octubre, que llevo muy bien la cuenta...

Júbilo Matinal dijo...

Si no se tiene suerte -yo, por ejemplo, la tuve- qué sitio tan hostil, tan difícil y tan traumático puede ser un colegio para un niño sensible. Imagino que es imprescindible pasar por la experiencia de convertirse en uno más entre muchos, y aceptar como propia esa imagen chata, amputada y reducida al mínimo común con que forzosamente uno tiene que manejarse y admitir que le manejen. Con suerte, insisto, el proceso puede ser hasta enriquecedor, pero sin ella te puedes dejar en él muchas tiras de pellejo espiritual. Y llamo suerte, claro, a que se produzca la casualidad , que no debería ser tan rara, de dar con verdaderos educadores, inteligentes y sensibles. Parece que tu monja no fue uno de ellos. Espero que luego encontraras otras que sí...

María la Delsa dijo...

Hola, mis habituales:
Muchas gracias por estar aquí.

La Uge: A lo mejor te canto algo un día...si eres buena...¡Las cuarenta, por ejemplo!.Siempre me hace mucha ilusión que abras estas cosas mías, te lo aseguro.

Cigarra: Cierto es que ando un poco desperdigada y no estoy atenta "a mis labores" últimamente, pero procuraré enmendarme. ¡Y te traigo ventanas de mis dos últimos fines de semana!.

Jubiloso:
¡Cuanta razón tienes en lo que comentas!.
Poquita suerte tuve , pero sí encontré después una profesora normal y nada monjil, aunque era monja...

Adios, mosquitos muertos míos, tan buenos y tan vivos...!