sábado, 12 de abril de 2008

Al clareo


No había lavadoras, claro. En aquéllos tiempos se lavaba en el río.

(Llamaban también “el río“, al lavadero comunitario, un pilón todo en piedra, con su techado de madera para guarecerse de las lluvias o a cualquier pila casera en la que se acoplaba la tabla de lavar).

Las mujeres, con la ropa en bañeras sobre la cabeza y algunas, además, con la tabla de lavar de madera bajo el brazo, marchaban al río por la mañanita a lavar su ropa o la de los señores en cuya casa estaban contratadas para realizar ese menester.

Allí se encontraban; allí cotilleaban e intercambiaban sus “dimes y diretes”; se ponían al corriente de sus cuitas y criticaban a cualquiera que diera un poquito que hablar y no estuviera presente... y así con las espaldas arqueadas se les iban enrojeciendo las manos de tanto frotar y torcer la ropa a la intemperie. Y a mi me gustaba oir ese golpe que daban con el jabón sobre la tabla o la piedra y ese gritito del agua jabonosa que se les escapaba entre las manos cuando apretaban la tela.

Las que trabajaban a sueldo se acercaban primero por la casa. Allí, junto con la señora, recontaban las piezas que se iban a llevar a lavar...”seis servilletas; un mantel, cuatro sábanas...” ; todo quedaba apuntado en un cuadernillo que se guardaba siempre en el mismo cajón.



Al cabo de un par de días, después de ponerla ”al clareo” durante unas horas sobre la hierba fresca, la lavandera regresaba con toda la ropa seca y blanca, que olía a limpio y a atardecer.

Y se recontaba de nuevo lo entregado... no fuera que el viento se hubiese llevado alguna pieza...

7 comentarios:

Cigarra dijo...

Se me ha venido una ráfaga de aire fragante a jabón y a sol... ¡Ríete tú del mimosín y de todos los suavizantes!

Júbilo Matinal dijo...

Un Secretario de Ayuntamiento que había trabajado muchos años en Galicia me contó cómo el Ayuntamiento había instalado lavaderos públicos en todos los pueblines del municipio: pilones con su tejadillo para que las lavanderas estuvieran más cómodas. En la parroquia más pequeñita y aislada de todas había solo una familia y solo una lavandera; el Ayuntamiento le ofreció, en vez de instalarle un lavadero para ella sola, comprarle una máquina lavadora, que empezaban a existir por entonces. La tendría en su casa y no tendría ni que salir, el Ayuntamiento le hacía toda la instalación de agua y energía eléctrica necesaria. La buena mujer se negó en redondo. Ella quería su lavadero público, con su pilón y su tejadillo, y no se iba a quedar sin él solo por vivir en una aldea pequeña, faltaba más... Y se lo instalaron, claro, y allá se iba ella a lavar sus ropas, tan contenta.

María la Delsa dijo...

¡Gracias, mis fieles, que veo que leéis mis añoranzas y recuerdos...!
Es cierto. Yo creo que en Galicia cualquier mujer de pueblo de las de antes estaba unida en cuerpo y alma y afectos a su "rio".

Anónimo dijo...

Me ha gustado lo del "gritito del agua jabonosa". Todo un hallazgo.

María la Delsa dijo...

Anónimo: ¡¡es que es inimitable ese "gritito"!! Te encantaría oirlo, seguro.
Un beso.

Anónimo dijo...

Vivo en Heredia, Costa Rica, a gran distancia, pero muchas de las cosas que cuenta son para mí conocidas, ya que también las viví, talvez con un enfoque diferente porque soy de una familia pobre. La felicito.

María la Delsa dijo...

Anónimo desde Heredia:

Leo su comentario y me ha emocionado saber que he llegado a su pais por este medio.
Muchas gracias por hacérmelo saber.