martes, 24 de marzo de 2015
Los bisabuelos
sábado, 21 de febrero de 2015
Las "abuelillas": el reloj de mi infancia
domingo, 18 de enero de 2015
La Procesión
Retomando el tiempo
sábado, 8 de diciembre de 2012
Nacimiento 2012
y los demás son: una frutería,
miércoles, 21 de noviembre de 2012
La lechera
lunes, 23 de abril de 2012
Mi hoya carnosa sigue viva
miércoles, 11 de abril de 2012
La Calle de la Bouza de Abajo
Dos de las ventanas de la habitación de la abuelita que, en un tiempo, fué también donde dormíamos nosotras, dan a la calle de la Bouza, una calle empinada que empieza en la plaza donde está la casa del Sr. Cura y termina en el Tombo. Ahora está asfaltada, pero antes era de tierra y no tenía aceras.
Nosotras no íbamos a jugar a la calle, como hacen los niños en los pueblos. No nos dejaban. Sin embargo, la calle tenía para mí un atractivo especial; era como un escenario en el que transcurrían las vidas de todos y desde las ventanas observábamos el ir y venir de la gente, mirábamos cómo jugaban las chicas a la billarda, como barría Chuco, incansable, y la hija de Celeste pasaba con el cesto en la cabeza, sin manos, y no se le caía… (¡qué envidia!); “Corazón”, el borracho oficial, a quien yo tenía mucho miedo, se paraba y decía palabrotas a voz en grito mirando hacia arriba; una mujer con un palo, guiaba a un par de cerdos para recogerlos en su cochiquera; las gallinas paseaban tranquilas hasta que las llamaban para comer; los niños se montaban en tablas de madera con ruedas pequeñitas, fabricadas por ellos mismos, y se dejaban caer a toda mecha desde la mitad de la cuesta con el peligro de estamparse en alguna pared…(¡nunca se estampaban!). Y, cuando llovía, la calle era como un torrente de agua incontrolada que arrastraba palitos, piedras y papeles, como barcos a la deriva... ¡Qué entretenido era ver correr el agua loca, precipitándose cuesta abajo!. Yo me he pasado grandes ratos disfrutando de ese espectáculo, y lo recuerdo tan fresco y tan mojado como antes, lleno de olor a lluvia y tierra.
Pescantina. Cerámica de Cesures
Algunas mujeres se descalzaban para no mojarse los zapatos; otras usaban zuecos. Y aquella pescantina (“pesca”, como llaman allí), con su cesto lleno de xoubas en la cabeza (esos cestos cuadrados, trenzados con láminas de madera de castaño, tan bonitos), bajaba descalza con el pico del delantal sujeto con la boca.
Podía parecer que el cesto le protegía del agua pero, entre las ranuritas del entramado, caía sobre su cabeza toda el agua de la lluvia mezclada con la del mar que llevaban las propias sardinas.
viernes, 16 de marzo de 2012
jueves, 19 de enero de 2012
Novedades en mi Nacimiento 2011
Este año tenemos unas cuantas novedades en el Nacimiento. Aparte de que es bastante mas grande que el del año pasado, cosa que me ha dado margen para agrandar el paisaje y dar más rienda a la imaginación, tenemos, como aportación de mi amiga Sisa, un dentista recién llegado de Brasil y una pareja de novios que por el tamaño bien pueden ser niños de Primera Comunión, hijos de cualquiera de los pastorcillos que andan por ahí con las ovejas. Estoy encantada. El dentista no tiene local adecuado y le he puesto a trabajar al aire libre, en pleno campo, del mismo modo en que estaba un barbero afeitando a un cliente en una cuneta de la carretera en Pekín, que lo vimos Ricardo y yo hace unos años… Así pueden ser las cosas. Para el 2012, si Dios quiere, haré un local especial, estoy segura, pues buena falta hace tener un dentista como Dios manda en un medio rural como Belén.
También he hecho un colmado con todos los alimentos necesarios (pan, quesos, melones, patatas, embutidos.. etc. etc.). Alguno de los alimentos me costó un trabajo enorme, como por ejemplo una serie de chorizos chiquititos que sólo se me ocurrió a mí hacerlos con fideos de la sopa, hidratados para poder manipularlos, pero que se manipulaban terriblemente mal, porque se me pegaban a los dedos y era espantoso… Al final, quedaron decentes, pero sufrí un poco, la verdad. La tienda está estupenda y uno de los pastores ya ha comprado una ristra de chorizos para llevar al portal… Así da gusto.
Y tengo tres figuritas nuevas que compré en la plaza Mayor. Dos de ellas son mujeres con niño. Una lleva al niño de la mano y la otra lo lleva en brazos. No tenía niños en mi Belén y ha sido un capricho que me he permitido. Además he decidido que todos los años iré a comprar alguna figurita más para engrosar la población. La otra que compré es una anciana que no tiene demasiado salero, pero… ¡ancianita, al fin y al cabo!.
¡Me lo paso de maravilla y no pienso desmontarlo hasta el mes de febrero!. Todavía no lo han visto mis vecinitos de enfrente.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
Los Botones
La abuela tenía una caja de lata llena de botones. Muchos los tengo yo ahora, como tengo también otros que eran de mi madre y otros de mi suegra.
Cuando estábamos pachuchas la abuela nos la prestaba para que jugásemos y así conseguía que estuviéramos tranquilas y entretenidas en la cama, sin trastear y sin coger frío; otras veces se la pedíamos, sin más, y nos pasábamos las horas muertas revolviendo y mirando uno por uno aquellos botones procedentes de abrigos, vestidos o blusas ya inexistentes. Los había de todos los tamaños, colores y formas; unos de pasta, otros de metal, madera, nácar, cristal… algunos tallados como si fueran auténticos broches para solapa; otros eran miniaturas, tan chiquititos que parecía que no entrara por sus agujeros una aguja. Estos los ví puestos en faldones para bebés y en camisones o ropa interior de la bisabuela. Uno por uno todos tendrían su historia y los seleccionábamos por colores, o tamaños, o por prioridades de gusto personal y por el mero placer de mirarlos, compararlos, disfrutar de sus colores y oir el ruido seco y musical, como de lluvia, que hacían cuando los revolvías con la mano.
La abuela nos enseñó también a hacer silbar un botón insertando un hilo por dos agujeros (ida y vuelta); lo atábamos, metíamos un dedo por cada extremo, dábamos muchas vueltas para que se enrollara bien y estirábamos y aflojábamos rítmicamente. Ahí empezaba a sonar como si fuera viento huracanado… y nos pasábamos las horas muertas con este entretenimiento tan sencillo, escuchando el silbido del botón.
¡Me encantan los botones!. Me puedo encontrar uno en la calle y es seguro que vendrá a engrosar la colección de mi caja.
sábado, 6 de agosto de 2011
Mi primera comunión
Dicen que el día de la Primera Comunión es el día más feliz de la vida de un niño... Quizás debería ser así pero en mi caso desde luego no lo fue en absoluto, aunque bien es cierto que en ese día me sentí protagonista e importante como nunca me había sentido y eso, en cierto modo, sí que me hacía feliz. De todas maneras ese día lo recordaré siempre, por supuesto.
Pasé de ser una más de los once hermanos, a ser “la que hacía la Primera Comunión”, o sea, la más importante.
La víspera me habían cortado el pelo. Yo lo llevaba recogido en trenzas enroscadas a cada lado de la cabeza y me dejaron una melena que, al parecer, era más propia para tal acontecimiento.
Al llegar la noche, me acosté pensando en que no podía beber ni una gota de agua y con miedo de no acordarme del ayuno por la noche. ¡Dichoso ayuno, qué preocupación! ¿Y si por un descuido bebía un poquito? Solo la idea de no poder hacer la Primera Comunión por quebrantar el ayuno me producía una tensión enorme.
Llegó la mañana. Era un 17 de agosto. Ese día me levanté nerviosa. Todo giraba a mi alrededor.
Mamá y la tita Encarna se ocuparon de vestirme, de colocarme el velo, la limosnera con los recordatorios, el rosario y el librito de nácar... Y me miraban con ternura. Yo me dejaba hacer y sentía sobre mí esas miradas complacidas que me llenaban de seguridad. No recuerdo haber visto el traje hasta el mismo día que me lo pusieron y me sentí la mar de guapa, para ser sincera. Cuando ya estaba preparada, la abuelita hizo su entrada en la habitación y traía en la mano una medalla de oro que me colocó al cuello con emoción y solemnidad. Yo percibí su cariño y su delicadeza. Era la medalla de la Primera Comunión de mi tía Carmencita, muerta a la edad de veintidós años... y ahora, mientras escribo, comprendo en profundidad esa emoción de la abuela, porque entonces no asocié para nada esos hechos y ni sabía de dónde procedía la medalla...
Cuando salí de la habitación para dirigirme al Oratorio, me llevé una gran sorpresa al ver la mesa del comedor engalanada con el mantel blanco, almidonado, con flores en el centro, tan preciosa… y las bolsitas de celofán con peladillas de chocolate a la derecha de cada taza del desayuno. ¡Era mi fiesta, y todos se habían volcado en ella!
Las velas del Oratorio estaban encendidas y los búcaros llenos de flores blancas; no recuerdo cuáles eran. A la derecha, los tres reclinatorios, adornados también: papá y mamá a cada lado y en el centro yo. En el centro yo. Era como si mis padres ese día solo fueran míos. Y yo presentía su emoción a mi lado, y eso me gustaba.
Me dio la Primera Comunión mi padrido de bautismo, el P. Justo, claretiano, de quien hablaré en otra ocasión...
De los regalos que tuve conservo el librito de “los recuerdos”, forrado de tela blanca, con letras doradas; la tela es esa que hace aguas y es algo durita… creo que se llama “muaré”; un platito-cenicero de plata, con flores repujadas, regalo de Carmiña, mi profesora; por detrás tiene mi nombre y la fecha sin el día porque no lo sabrían aún a la hora de grabarlo. Por cierto, no me había hecho nada de ilusión, pero ahora me gusta mucho y lo tengo sobre la mesa de cristal del salón. La máquina de fotos, una “Baby Kodak” que me regaló papá, incrementa ahora la colección de cámaras que tiene Ricardo… y no me acuerdo quién me había regalado la cajita de alabastro o pasta, con el Niño Jesús cargando la cruz. Esta la tengo en la mesilla de noche porque me encanta, aunque
creo que no es nada bonita.
De lo demás no me acuerdo. Sé que estuvimos toda la mañana jugando en el jardín, y que hacía un día precioso, soleado.
jueves, 4 de agosto de 2011
Voy a intentarlo de nuevo
Después de tanto tiempo de silencio total me han animado a seguir de nuevo escribiendo y voy a hacerlo en la medida que me sea posible. Bien es cierto que se me van olvidando las cosas y que, por otro lado, no sé expresarme como quisiera, pero reconozco que me gusta plasmar mis recuerdos para que, sobre todo mis hijas, puedan leerlos y entender cómo fué esa parte tan importante de mi vida: mi infancia en Villajuan.
sábado, 2 de enero de 2010
Placeres
martes, 1 de diciembre de 2009
La bodega y las figuritas
Respiro profundamente el olor a humedad, tierra, madera carcomida, a todo junto, que es mucho más. Y se me llena el alma. Y algo sigue viviendo en mi interior; y me aferro a esa vida, como si nunca jamás pudiera comprender que ya no existe. ¡Muy mal! no se debe hacer eso, ya lo sé. Pero yo lo necesito todavía y me sumerjo en esa ilusión, en esas vivencias antiguas, que es el modo de sentir más de cerca a todos mis seres queridos de antes. Creo que así, poco a poco, iré soltando las amarras que me tienen atada: a base de reflexiones, de encuentros y despedidas; de tocar, de acariciar camisas con cuellos y puños almidonados e iniciales bordadas -T.A.,J.R.B- . Será una tontería, pero a mí me sirve. Me hace falta tiempo...
Las figuritas estaban ahí, en el armario de siempre, destrozadas de tanto ir y venir, en Navidades sucesivas, de casa a la iglesia y de ser tratadas con muy poca delicadeza por quienes las manipularon durante tantos años para poner el Belén en la Sacristía de la Parroquia, para disfrute del pueblo. Allí estaban, digo, apiladas malamente, agolpadas, unas contra otras, golpeadas, mutiladas...!
Se nos cayó el alma a los pies, dicho sea de paso, cuando nos fuimos encontrando trozos de patas de ovejas, pastores sin manos, sin piernas, con las cabezas rotas... ¡Qué desastre!... Y aquél pastor, mi preferido, que llevaba de la mano a un niño mientras que con el otro brazo, extendido, señalaba hacia el cielo, ya no tenía el dedo índice en su mano… y ni siquiera agarraba con la otra al niño que miraba en esa dirección.
Hemos hecho un pequeño inventario y guardamos todas independientemente, en cajas de cartón. Y he decidido que voy a restaurarlas poco a poco.
sábado, 6 de junio de 2009
Mi Hoya carnosa
Hoya carnosa. Flor sin abrir
Hace mucho que no escribo. Se me están olvidando los recuerdos... o será que, últimamente, tengo otras muchas cosas entre manos. De todos modos quiero poner una foto de mi otra Hoya (esta se llama Hoya carnosa) que me ha florecido por primera vez el 2009 y este año en mayo ha vuelto a dar cuatro flores y estoy emocionada. Una amiga me regaló un esqueje en el 2007. Lo planté, prendió con facilidad y se ve que le ha ido bien el lugar donde lo coloqué porque la plantita fue prosperando y está fuerte y robusta. ¡Una sorpresa enorme!. No conocía para nada esta variedad y es emocionante seguir la pista a una planta de la que no conoces el comportamiento, por decirlo así. Teóricamente es enredadera, vamos, necesita un tutor o caerá deslavazadamente hacia el suelo. Yo la he sujetado entre dos palos casi paralelos. Como da una especie de zarcillos alargados y desprovistos de hojas, parece que se le secan los extremos y hace muy raro; te crees que algo le va mal pero, justamente ahí, en ese tallo alargado y tristón, es donde más adelante florecerá. Al menos así ha pasado este año con la mía. Por la noche, a los pocos días de abrir, desprende un olor algo fuerte que poco a poco va despareciendo y he observado que, cuando lleva abierta un par de semanas, segrega unas gotitas resinosas, como si fueran bolitas de cristal, que se ven muy bien en esta foto.
¡Es preciosa y parece de terciopelo!